Algunos escépticos critican la Biblia y su revelación sobre la creación del mundo que se encuentra en el libro histórico del Génesis, porque dicen que no corresponde a lo que los sabios científicos han descubierto sobre astronomía.
Una parte específica de Génesis 1 les sirve de tropiezo, porque enseña que Dios no creó el sol, la luna, y las estrellas hasta el día cuarto. Sin embargo en primer día dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz.
No sabemos exactamente que era esa luz del primer día, pero la Biblia habla mucho de la luz y de las tinieblas. Lo más lógico es que dicha luz inicial fuera la luz que emanaba de Dios, el cual acababa de crear el mundo. Al principio estaba oscuro pero después recibió luz.
Hoy leyendo en la Palabra de Dios el relato de la conversión del Apóstol Pablo (Hechos 26), me llamó mucho la atención sus palabras en los versículos 12-13:
“Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo”.
Inmediatamente, el Señor me trajo a la mente el relato de Génesis 1 sobre la creación del sol. Aunque antes no podía compaginar este relato con lo que nos dicen los científicos, sabía intuitivamente que la Biblia no se equivoca y que alguna explicación debía tener. Cómo no hubo ninguno presente durante la creación, excepto el mismo Creador, nadie puede pretender tener todas las respuestas a estas cosas, pero tampoco las necesitamos para saber que Dios nos ama hasta el punto de permitir a los hombres matar a Su Hijo para poder ofrecernos la salvación y poder vivir con Él eternamente.
Por lo tanto podemos con toda confianza aceptar que la Luz del Señor es mucho más intensa que la luz del sol, y por lo tanto Dios no necesita al sol para dar luz al mundo.
Cuando estemos en Su presencia, en la nueva Jerusalén, (dice Apocalipsis 21:22-26), ya no será necesario ni el sol ni la luna, porque la gloria de Dios la iluminará.
Este tierra y cielos que conocemos ahora van a ser destruidos y otros nuevos serán creados (2Pedro 3:1-13).
“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia se hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (vs. 14).